OPORTO 🇵🇹

"Oporto, donde el río abraza la ciudad y el color de sus fachadas cuenta historias de siglos".

Llegar a Oporto es como entrar en una postal viva. El Duero serpentea entre colinas cubiertas de casas de colores, los tranvías recorren calles empedradas y el aroma del vino impregna el aire. Desde el primer momento supimos que esta ciudad tiene alma.


RUTA 4 DÍAS 


DIA 1


AYUNTAMIENTO

Paseando por la Avenida dos Aliados, el gran bulevar que late en el centro de Oporto, es imposible no detenerse ante el imponente Ayuntamiento. Al fondo de la avenida, su torre de reloj parece vigilar toda la ciudad, marcando el ritmo de la vida portuense.

El edificio, construido entre 1920 y 1957, fue diseñado por el arquitecto Correia da Silva y refleja a la perfección la fuerza y el carácter de Oporto: sobrio, elegante y hecho de granito. Su estilo mezcla el neoclásico con un aire monumental que recuerda a los grandes edificios administrativos de principios del siglo XX.


MC DONALD'S

El local conocido como McDonald’s Imperial, situado en la Praça da Liberdade 126, es considerado por muchos como el McDonald’s más bonito del mundo.  

El edificio fue antiguamente el Café Imperial, construido en los años 30, con un marcado estilo Art Decó.  

Cuando McDonald’s lo transformó en restaurante en 1995, mantuvo muchos de los elementos originales: techos ornamentados, lámparas de cristal, vidrieras decorativas detrás del mostrador, todo ello respetando su esencia histórica.  

En la fachada hay una imponente escultura de un águila de bronce, obra del escultor Henrique Moreira, símbolo que remite al antiguo café.  

 


MERCADO DE BOLHAO 

Si hay un lugar donde se huele Oporto, ese es el Mercado do Bolhão. Es más que un mercado: es historia viva, colores, aromas, voces populares, productos frescos y rincones que cuentan de dónde viene esta ciudad.

Sus raíces se remontan a 1837-1839, cuando el Ayuntamiento de Oporto decidió construir un espacio para reunir a los comerciantes de frescos. El terreno tenía un arroyo que creaba una “bolha” de agua (“burbuja”), y de ahí viene el nombre Bolhão.  

Nos perdimos entre los pasillos de piedra y hierro, observando cada puesto como si fuera una pequeña historia. Las flores, las especias, los pescados fresquísimos que parecen saltar del hielo… cada rincón tiene su encanto. Las mujeres que atienden los puestos charlan con una energía contagiosa; algunas incluso nos ofrecieron probar aceitunas y queso, orgullosas de sus productos. En un lugar perfecto para degustar la cocina portuguesa. 


CAPILLA DE LAS ÁNIMAS

Paseando por la Rua de Santa Catarina, entre tiendas, cafeterías y el ir y venir de la gente, de repente nos encontramos frente a una joya que detuvo nuestro paso: la Capela das Almas. Sus muros, cubiertos de azulejos azules y blancos, brillaban bajo la luz del sol como si toda la historia de Portugal se hubiera quedado grabada allí.

Nos quedamos un buen rato observando su fachada, una auténtica obra de arte. Los azulejos, pintados a principios del siglo XX por el artista Eduardo Leite, narran escenas de la vida de San Francisco de Asís y de Santa Catalina, patrona de la capilla. Es increíble cómo cada detalle, cada trazo azul sobre blanco, transmite serenidad y devoción.

Al entrar, el bullicio de la calle desaparece y el ambiente se vuelve íntimo. La capilla es pequeña, sencilla y acogedora, con un aire de recogimiento que invita al silencio. Nos sentamos unos minutos, solo para disfrutar del contraste entre el exterior lleno de vida y el interior tranquilo y sereno.

Nos contaron que la Capilla de las Ánimas fue construida en el siglo XVIII sobre una antigua capilla de madera, y que su misión era rendir culto a las almas del purgatorio. A lo largo de los años ha resistido incendios, reformas y el paso del tiempo, pero sigue siendo uno de los lugares más queridos por los portuenses.


CAFÉ MAGESTIC 

Entre escaparates y el bullicio de la Rua de Santa Catarina, de pronto aparece una fachada que parece sacada de otra época: el Café Majestic. Con sus puertas de madera tallada, sus espejos dorados y su letrero elegante, el Majestic no es solo una cafetería, es una máquina del tiempo que te transporta al Oporto de principios del siglo XX.

Entramos y enseguida sentimos esa mezcla entre historia y elegancia. Las lámparas de cristal, los mármoles, los muebles antiguos, el piano en un rincón… todo respira glamour. Es fácil imaginar a escritores, políticos y artistas de la época conversando en esas mismas mesas. De hecho, se dice que J.K. Rowling solía venir aquí cuando vivía en Oporto, y que parte de Harry Potter empezó a gestarse entre estos cafés.

Pedimos un par de cafés y, por supuesto, un pastel de nata para acompañar. Nos lo sirvieron con una presentación impecable, y mientras lo disfrutábamos, observábamos el ir y venir de los camareros con chaleco, los turistas que miraban hacia arriba fascinados, y los portuenses que aún lo eligen como punto de encuentro.

El Café Majestic abrió sus puertas en 1921, en plena era de la Belle Époque, y hoy sigue siendo un símbolo de la elegancia de aquella época. Aunque los precios son algo más altos que en otros cafés de la ciudad, la experiencia lo vale: sentarse allí es como vivir un pedacito de historia.

Al salir, el bullicio de Santa Catarina nos devolvió al presente, pero con la sensación de haber tomado algo más que un café: habíamos probado un sorbo de la Oporto más refinada y eterna.


CAFÉ SANTIAGO 

Habíamos oído muchas veces que en Oporto no se puede ir uno sin probar una francesinha, ese mítico sándwich rebosante de carne, queso fundido y salsa picante. Así que, después de preguntar a varios locales, la respuesta fue unánime: “Id al Café Santiago”. Y allá fuimos, dispuestos a descubrir si realmente era tan buena como decían.

El Café Santiago, en plena Rua de Passos Manuel, no tiene una fachada llamativa, pero basta entrar para sentir ese ambiente de restaurante clásico, con camareros que se mueven a toda velocidad entre mesas siempre llenas. Nos sentamos, pedimos una francesinha completa con huevo, y esperamos con expectación.

Cuando llegó el plato, el aroma ya lo decía todo. La torre de pan, carne, embutidos y queso cubierto de salsa humeante parecía un desafío, y lo aceptamos encantados. El primer bocado fue una explosión de sabor: salado, picante, cremoso… y absolutamente irresistible. La salsa —receta secreta de la casa— tiene ese equilibrio perfecto entre tomate, cerveza y especias que hace que cada trozo te pida otro más.

Acompañamos con una cerveza bien fría y, entre risas, reconocimos que sí: la fama del Café Santiago está más que merecida. De hecho, muchos dicen que aquí se sirve la mejor francesinha de Oporto, y no vamos a llevarles la contraria.

El local es sencillo pero tiene alma. Se nota que es un sitio de tradición, donde van tanto turistas curiosos como portuenses fieles. Incluso hay varias sucursales (Santiago F y Santiago da Praça), todas con la misma esencia y el mismo sabor inconfundible.

Salimos satisfechos y un poco más enamorados de la gastronomía portuense. Porque si algo tiene Oporto, es que te conquista por el estómago… y el Café Santiago lo demuestra bocado a bocado.


ESTACIÓN DE SAO BENTO

Hay lugares que parecen más un museo que una estación, y São Bento es uno de ellos. Cuando entramos por sus puertas, el murmullo de los viajeros se mezclaba con el sonido de las maletas sobre el suelo, pero lo que realmente nos dejó sin palabras fue lo que teníamos frente a nosotros: miles de azulejos azules y blancos que cubren las paredes y narran la historia de Portugal.

El hall principal es una auténtica obra de arte. Los 20.000 azulejos fueron pintados a mano por el artista Jorge Colaço entre 1905 y 1916, y representan escenas tan emblemáticas como la Batalla de Valdevez, la entrada de Don Juan I en Oporto o la vida cotidiana en el campo portugués. Es imposible no quedarse un rato observando cada panel, descubriendo nuevos detalles

imaginamos cómo debía de ser llegar aquí hace más de un siglo, cuando São Bento acababa de inaugurarse sobre las ruinas de un antiguo convento benedictino (de ahí su nombre, “San Benito”). El edificio, diseñado por el arquitecto Marques da Silva, combina elegancia francesa con la tradición portuguesa de los azulejos, creando un espacio tan hermoso que cuesta creer que siga siendo una estación en funcionamiento.

 


IGLESIA DE SANTA CLARA

En Oporto hay lugares que no se descubren a simple vista. Uno de ellos es la Iglesia de Santa Clara, escondida entre callejuelas cerca del puente Dom Luís I. Desde fuera, su fachada de piedra gris pasa casi desapercibida. Pero basta cruzar su puerta para que todo cambie: dentro, la iglesia brilla como si el sol se hubiera quedado atrapado en sus muros.

La primera impresión fue casi de asombro. El interior está completamente recubierto de madera tallada y dorada, un auténtico ejemplo del barroco portugués más exuberante. Cada centímetro parece trabajado con mimo: columnas, ángeles, guirnaldas, relieves… todo cubierto por pan de oro que brilla bajo la luz tenue. Es un espectáculo visual que deja sin palabras.

Esta joya fue construida en el siglo XV como parte del convento de las Clarisas, pero la decoración interior que vemos hoy se añadió más tarde, entre los siglos XVII y XVIII. A pesar del paso del tiempo, conserva una atmósfera recogida, casi mística. Mientras caminábamos entre los bancos de madera y el olor a incienso, sentíamos una calma difícil de describir, como si el bullicio de la ciudad quedara muy lejos.

Nos contaron que la restauración reciente permitió devolverle su esplendor original, respetando cada detalle de la talla dorada y del retablo principal. Y vaya si lo lograron: es uno de esos lugares donde cada mirada descubre algo nuevo.

Al salir, volvimos a la luz del día y nos quedamos unos segundos en silencio, todavía impresionados por la belleza escondida tras aquella fachada tan discreta. La Iglesia de Santa Clara es uno de esos rincones que demuestran que en Oporto la grandeza no siempre se muestra a primera vista… a veces hay que buscarla detrás de una puerta antigua.


PUENTE DON LUIS I

El Puente Dom Luís I, con su imponente estructura de hierro, es uno de esos lugares donde la ciudad se siente en toda su magnitud: el río Duero a nuestros pies, las fachadas de Ribeira al fondo y, al otro lado, Vila Nova de Gaia bañada por la luz del atardecer.

Desde la parte superior del puente —la que comparte paso con el metro de Oporto (línea D)— comenzamos a caminar despacio, dejando que el viento nos despeinara y que el paisaje nos envolviera. Desde allí arriba, el panorama es impresionante: los tejados rojizos de Oporto, las torres de la Sé Catedral, las iglesias que sobresalen entre las callejuelas y, más allá, las bodegas del vino de Oporto extendiéndose a lo largo del río.

Cada paso era una foto distinta. Nos detuvimos varias veces solo para contemplar cómo el sol iba cayendo, tiñendo el Duero de tonos dorados y anaranjados. En ese momento, entendimos por qué este es uno de los mejores miradores de la ciudad.

El puente, diseñado por Théophile Seyrig (discípulo de Eiffel), fue inaugurado en 1886, y sigue siendo una obra maestra de ingeniería. Su arco metálico, de 172 metros de longitud, une las dos orillas como un lazo de hierro que no solo conecta lugares, sino también historias.

Recomendamos cruzarlo al atardecer, cuando el tráfico es menor y la luz transforma Oporto en una postal. Desde el lado de Gaia, la vista hacia la Ribeira iluminada es sencillamente mágica.

Volvimos con la sensación de haber caminado por el cielo de Oporto, con el Duero como espejo y la ciudad a nuestros pies. Es uno de esos lugares donde el tiempo parece detenerse… y uno no quiere que se acabe nunca. 

Un bonito final para nuestro primer día. 


DIA 2


LIBRERÍA LELLO

Si hay un lugar en Oporto que parece sacado directamente de un libro, es la Librería Lello. Desde fuera, su fachada neogótica ya llama la atención: molduras blancas, vitrales, y ese aire elegante que parece invitarte a entrar en silencio, como si cruzaras la portada de una novela.

Nada más pasar la puerta, entendimos por qué es una de las librerías más bonitas del mundo. La luz que entra por los vitrales coloreados del techo se mezcla con el brillo de la madera tallada y el rumor suave de las páginas al pasar. Todo parece detenido en el tiempo. Pero lo que realmente roba el aliento es su escalera central, de un rojo intenso que serpentea como una ola entre los estantes. Subirla se siente como caminar dentro de un sueño.

Nos perdimos entre los libros, tocando lomos, hojeando títulos antiguos y modernos, y disfrutando del olor a papel y madera vieja. Hay algo especial en recorrer un lugar donde la literatura no se vende… se celebra.

Y sí, se dice que J.K. Rowling se inspiró en esta librería durante los años que vivió en Oporto, cuando comenzaba a escribir Harry Potter. No cuesta imaginarlo: el ambiente tiene esa mezcla de misterio y encanto que podría pertenecer perfectamente a Hogwarts.

La Librería Lello fue inaugurada en 1906 por los hermanos José y António Lello, y desde entonces ha sido refugio de escritores, artistas y curiosos de todo el mundo. Hoy, para preservarla, cobran una pequeña entrada (que luego se descuenta si compras un libro), y sinceramente, vale cada céntimo. Recuerda reservar con tiempo. 

Antes de salir, nos detuvimos un momento al pie de la escalera y miramos hacia arriba: el techo, los vitrales, la madera, el silencio… parecía que el lugar respiraba historias. Salimos de allí con un libro bajo el brazo y la sensación de haber visitado un templo dedicado a los que aman leer.


IGLESIA DEL CARMEN

A pocos pasos de la bulliciosa Praça dos Leões, se alza una de las iglesias más bonitas (y más fotografiadas) de Oporto: la Iglesia del Carmen, o Igreja do Carmo. Su fachada lateral cubierta de azulejos azules y blancos nos atrapó desde lejos; no podíamos dejar de mirarla ni de sacar fotos desde todos los ángulos posibles.

Cuando llegamos frente a ella, descubrimos un detalle curioso: justo al lado hay otra iglesia, la Iglesia de los Carmelitas, y entre ambas… ¡una casa estrechísima! Apenas mide un metro de ancho y separa los dos templos. Nos contaron que fue construida así por motivos religiosos: para que las monjas y los frailes no convivieran bajo el mismo techo. Hoy es uno de los rincones más peculiares de la ciudad, y muchos la llaman “la casa más estrecha de Oporto”.

La Iglesia del Carmen, construida en el siglo XVIII, es una joya del barroco-rococó portugués. Su interior es luminoso, lleno de detalles dorados y esculturas finamente talladas.


UNIVERSIDAD DE OPORTO

Paseando por el centro de Oporto, entre cafés, iglesias y calles empedradas, nos llamó la atención un grupo de jóvenes vestidos de negro: capa larga, falda o pantalón, chaleco, camisa blanca y una insignia en la solapa. Por un momento pensamos que estábamos en una película de Harry Potter, pero no: eran estudiantes de la Universidad de Oporto, orgullosos de una tradición que forma parte del alma de la ciudad.

La Universidad de Oporto es una de las más prestigiosas de Portugal y una de las más antiguas del país, fundada en 1911 (aunque sus orígenes académicos se remontan al siglo XVIII). Sus edificios se reparten por distintos puntos de la ciudad, pero el principal —el Rectorado, junto a la Igreja dos Clérigos y la Praça Gomes Teixeira— destaca por su elegancia neoclásica y su ambiente universitario vibrante.

Lo que más nos fascinó fue la “traje académico”, el traje tradicional de los estudiantes portugueses. Consta de una capa negra y un conjunto sobrio que simboliza respeto, igualdad y orgullo por pertenecer a la comunidad universitaria. Dicen que su diseño inspiró, nada menos, que el uniforme de Hogwarts en las películas de Harry Potter —y no cuesta creerlo, porque verlos caminar por las calles empedradas de Oporto es una escena mágica.

Cada prenda tiene su significado. La capa, por ejemplo, se usa en ocasiones especiales y nunca debe lavarse: se dice que guarda las historias y recuerdos de quien la viste. Durante las celebraciones de fin de curso, los estudiantes la firman, la rasgan o la decoran como símbolo de cierre de una etapa.

Nos encantó ver cómo esa tradición sigue viva. En los bares, en las plazas o incluso frente a la Librería Lello, es fácil encontrarse con grupos de estudiantes riendo, tocando guitarra o cantando fados universitarios, manteniendo intacto ese espíritu joven que da vida a Oporto.


TORRE DE LOS CLÉRIGOS

De todos los lugares que visitamos en Oporto, pocos nos impresionaron tanto como la Torre de los Clérigos (Torre dos Clérigos). Se alza elegante sobre la ciudad, visible desde casi cualquier punto, como si vigilara el ir y venir de la gente entre las calles empedradas. Desde abajo ya impone respeto, pero subirla… es otra historia.

La torre forma parte de la Iglesia de los Clérigos, una obra maestra del arquitecto Nicolau Nasoni, uno de los grandes nombres del barroco portugués. Fue construida en el siglo XVIII y, con sus 76 metros de altura, sigue siendo uno de los símbolos más reconocibles de Oporto.


IGLESIA  DE LOS CLÉRIGOS

Construida en el siglo XVIII por el arquitecto Nicolau Nasoni, esta iglesia fue diseñada para la Hermandad de los Clérigos Pobres, y combina la grandiosidad del barroco con un sentido de intimidad sorprendente. Al entrar, la luz que entra por los vitrales ilumina los dorados y mármoles del altar mayor, creando un efecto casi mágico.


RUA DAS FLORES

Al recorrer Oporto, hay calles que parecen detener el tiempo, y la Rua das Flores es una de ellas. Nada más poner un pie allí, nos dimos cuenta de que estábamos entrando en un lugar lleno de vida, historia y color. Las fachadas de los edificios, muchas con azulejos y balcones floridos, nos hicieron detenernos a mirar cada detalle, y cada esquina parecía invitarnos a descubrir algo nuevo.

Es una calle peatonal, ideal para pasear sin prisas, y está llena de cafés, tiendas de artesanía y pequeños restaurantes que nos tentaban a cada paso. Nos encantó observar cómo los locales saludan a los vecinos y cómo los turistas se mezclan con la vida cotidiana: la Rua das Flores es un ejemplo perfecto de cómo Oporto combina tradición y modernidad.

Mientras caminábamos, nos llamó la atención la variedad de escudos heráldicos y detalles arquitectónicos en las fachadas: cada edificio parece contar su propia historia. También encontramos pequeñas tiendas de antigüedades y galerías de arte, que dan a la calle un aire cultural muy especial.


MIRADOR DE LA VICTORIA

El mirador se encuentra en el barrio de Vitória, uno de los más antiguos de Oporto. Es un lugar lleno de historia, rodeado de calles estrechas, plazas con encanto y fachadas llenas de azulejos. Mientras subíamos por las escaleras que llevan al mirador, nos sentimos como si nos adentrásemos en otra época: cada giro, cada esquina, nos ofrecía un pequeño tesoro arquitectónico.

Desde la plataforma, la panorámica es espectacular: podemos ver la Ribeira, los puentes que cruzan el Duero, la Sé Catedral dominando la ciudad y, a lo lejos, los tejados de Vila Nova de Gaia. Nos quedamos un buen rato contemplando cómo la luz cambiaba sobre la ciudad, y cómo cada rincón parecía contar su propia historia.

Es un lugar perfecto para fotografiar Oporto desde las alturas o simplemente para sentarse un momento y dejar que la ciudad se despliegue ante ti. La tranquilidad que se siente allí arriba contrasta con el bullicio de las calles abajo, haciendo que la visita sea un respiro en medio del ajetreo urbano.


CRUCERO RÍO DUERO

Después de comer, decidimos relajarnos y ver Oporto desde otra perspectiva: un crucero por el río Duero. Subir al barco fue como dejar atrás la ciudad bulliciosa para sumergirnos en un mundo donde todo se ve diferente, más tranquilo y más pintoresco.

Desde la cubierta, los puentes de Oporto se suceden uno tras otro, cada uno con su historia y su carácter. El Puente Dom Luís I es, sin duda, el más impresionante, con su estructura de hierro que parece abrazar el río y conectar las dos orillas.

Nos acomodamos y dejamos que la brisa nos acariciara mientras escuchábamos las explicaciones de la guía sobre la historia de las bodegas de Vila Nova de Gaia, la importancia del vino de Oporto y cómo el Duero ha marcado la vida de la ciudad durante siglos. Cada curva del río ofrecía una nueva postal: casas antiguas, pequeñas plazas, barcos tradicionales llamados rabelos que transportaban vino en el pasado, y la silueta de la Sé Catedral dominando la ciudad.

Fue un momento perfecto de descanso después de la comida: contemplar Oporto desde el agua nos permitió apreciar la arquitectura, los colores y la vida cotidiana de la ciudad desde una perspectiva única. Tomar fotos se volvió casi obligatorio, pero también disfrutamos simplemente mirando, respirando y dejando que el río nos llevara.

Al final del crucero, con el sol cayendo y la ciudad iluminándose suavemente, entendimos por qué este paseo es una de las experiencias más recomendadas de Oporto: porque te conecta con la ciudad de una manera diferente. 


PLAZA RIBEIRA

Si hay un lugar que resume el alma de Oporto, es la Plaza da Ribeira. Situada a orillas del Duero, justo al pie del Puente Dom Luís I, esta plaza es pura vida. Llegamos después del crucero por el río, todavía con la brisa en la cara, y enseguida nos envolvió su ambiente vibrante: terrazas llenas, músicos callejeros, el olor a vino y pescado asado, y ese bullicio alegre que solo tienen las ciudades junto al agua.

La Praça da Ribeira es una de las más antiguas de Oporto, y durante siglos fue el punto donde se reunían comerciantes y pescadores. Hoy, sus edificios coloridos, con fachadas estrechas y balcones de hierro forjado, parecen sacados de una pintura. Nos encantó perdernos entre sus callejuelas, subir y bajar por los pasadizos que se abren desde la plaza y descubrir pequeñas tiendas y bares escondidos entre las casas antiguas.

Nos sentamos en una terraza, pedimos una copa de vino de Oporto, mientras cenamos y simplemente observamos el ir y venir de la gente. Desde allí, se ve el río lleno de barcos rabelos, las luces de Vila Nova de Gaia al otro lado y el puente que enmarca la escena como un cuadro perfecto. La música de fondo, las risas y el sonido del agua creaban un ambiente imposible de olvidar.


CAIS DA RIBEIRA

Terminamos el día como más nos gusta: paseando sin prisa, dejando que la ciudad se apague poco a poco a nuestro alrededor. La zona de la Ribeira, a los pies del Puente Dom Luís I, se transformó al caer la noche. Las luces se reflejaban en el río Duero, los barcos balanceaban suavemente sobre el agua y los restaurantes empezaban a llenarse de música y conversaciones.

Caminamos junto a la orilla, disfrutando de la brisa fresca del río y de las fachadas iluminadas que parecían brillar aún más bajo la luz dorada de las farolas. Desde allí, el puente Dom Luís I se veía imponente, convertido en una silueta majestuosa contra el cielo oscuro. Cada pocos pasos, nos deteníamos a mirar atrás, porque la vista de Oporto iluminada es de esas que uno quiere guardar para siempre.

Había músicos tocando fado, parejas paseando de la mano y turistas intentando capturar en una foto lo que en realidad solo se puede sentir: la magia nocturna de Oporto. Nos sentamos un momento en un banco frente al río, y entre el sonido del agua y las luces del otro lado, nos invadió una sensación de calma absoluta.

Así terminamos nuestro día, a los pies del puente San Luís, con el corazón lleno y la promesa de volver. Porque Oporto, de noche, no solo se ve… se vive, se respira y se sueña.


DIA 3

Nuestro tercer día en Oporto empezó temprano y con mucha ilusión. Decidimos hacer una escapada fuera de la ciudad para descubrir Aveiro, conocida como la “Venecia de Portugal”, y disfrutar un poco de la costa atlántica. Tomamos el tren desde la estación de São Bento, un trayecto cómodo y muy pintoresco que nos llevó en poco más de una hora a través de paisajes rurales, pequeños pueblos y extensas marismas.

Aquí tienes nuestra ruta. ⬇️


DIA 4 


MERCADO FERRERÍA BORGES

 

Comenzamos el día en el Mercado Ferreira Borges, un lugar que nos conquistó nada más entrar. Nos encantan los mercados locales —siempre son el corazón de las ciudades— y este no fue la excepción. Situado en un edificio histórico de hierro y cristal, el mercado combina a la perfección tradición y modernidad: puestos de frutas frescas, pescados recién llegados de la ría, pan artesanal y flores que llenaban el aire de color y aroma.

Hicimos una pequeña pausa para desayunar: café portugués y pastel de nata, el dúo perfecto para empezar bien la jornada


PALACIO DE LA BOLSA

 

Después del paseo por el mercado, continuamos nuestra ruta cultural visitando uno de los edificios más impresionantes de Oporto: el Palacio da Bolsa. Situado muy cerca de la Ribeira, este palacio es una auténtica joya arquitectónica que refleja el esplendor comercial de la ciudad durante el siglo XIX.

Nada más cruzar su puerta, sentimos que entrábamos en otro tiempo. El edificio, que fue sede de la Asociación Comercial de Oporto, combina elegancia y simbolismo en cada rincón. Recorrimos sus salones acompañados por una guía que nos fue contando historias sobre los comerciantes que impulsaron la ciudad y las reuniones diplomáticas que se celebraban allí.

El Patio de las Naciones, con su enorme cúpula de vidrio y hierro, nos dejó sin palabras. La luz natural que entra desde arriba ilumina los escudos de los países con los que Portugal mantenía relaciones comerciales, un recordatorio de la importancia internacional de Oporto en aquella época.

Pero sin duda, el momento más espectacular llegó al entrar en el Salón Árabe. Sus paredes cubiertas de arabescos dorados, inspiradas en la Alhambra de Granada, crean una atmósfera mágica. Nos quedamos un buen rato allí, admirando cada detalle, mientras la guía explicaba que este era el espacio donde se celebraban los bailes y recepciones más importantes.


IGLESIA DE SAN FRANCISCO

 

Justo al salir del Palacio da Bolsa, apenas a unos pasos, nos encontramos con otro de los tesoros más impresionantes de Oporto: la Iglesia de San Francisco. Su fachada gótica de piedra, sobria y discreta, no deja adivinar lo que se esconde dentro. Pero en cuanto cruzamos la puerta, nos quedamos literalmente sin palabras.

El interior es una explosión de barroco dorado, con cada pared, columna y altar cubiertos de intrincados tallados en madera recubierta de pan de oro. Se dice que hay más de 300 kilos de oro decorando el templo, y no nos sorprende: el brillo es tan intenso que parece envolverlo todo en una luz cálida y misteriosa.

La Iglesia de San Francisco nos pareció uno de los lugares más sobrecogedores de la ciudad: por fuera, austera; por dentro, pura opulencia


TRANVIA

 

Mientras paseábamos por las calles de Oporto, no podíamos dejar de fijarnos en los tranvías clásicos que recorren la ciudad. Aunque no nos subimos, verlos pasar fue todo un espectáculo: antiguos, con sus colores llamativos y ese traqueteo característico sobre los rieles, parecen transportar no solo personas, sino también historia y recuerdos de la ciudad.


CATEDRAL

 

la Sé, la catedral de la ciudad. Desde fuera, su fachada de estilo románico impone respeto: robusta, sobria y con una altura que parece abrazar la ciudad.

Al entrar, nos sorprendió la mezcla de estilos arquitectónicos: románico, gótico y barroco conviven en perfecta armonía. La nave principal es amplia y luminosa, y los detalles del altar mayor y de los retablos dorados nos dejaron sin palabras. Cada rincón transmite siglos de historia, devoción y tradiciones que se mantienen vivas.

Además, la Sé ofrece uno de los miradores más espectaculares de Oporto. Desde su terraza, las vistas sobre los tejados de la Ribeira, el río Duero y el Puente Dom Luís I son simplemente impresionantes. Nos quedamos un buen rato contemplando la ciudad desde allí, capturando fotos y disfrutando del aire fresco mientras el sol comenzaba a descender.


ESCADES DE VODEÇAL

 

Para dirigirnos a nuestro siguiente destino, la Ribeira de Gaia, elegimos un recorrido que nos permitiera disfrutar de la ciudad en todo su esplendor: bajamos por las Escadas de Vodeçal, unas escaleras estrechas y empedradas que conectan las colinas de Oporto con la ribera del Duero.

Mientras descendíamos, nos dejamos envolver por el ambiente auténtico de la ciudad: balcones con ropa tendida, fachadas coloridas y vecinos que nos saludaban con simpatía. Cada escalón nos acercaba un poco más al río y a las vistas de las bodegas de vino de Oporto al otro lado, en Vila Nova de Gaia


RIBERA DE GAIA

 

Tras bajar por las Escadas de Vodeçal y cruzar el Puente Dom Luís I, por abajo, llegamos a la Ribeira de Gaia, la ribera que se encuentra justo frente a la Ribeira de Oporto y que alberga las famosas bodegas de vino de Oporto. El paisaje es de postal: los barcos tradicionales rabelos sobre el río, las fachadas coloridas reflejándose en el agua y el ambiente relajado de la zona, lleno de turistas y locales disfrutando del día.

Nuestra primera parada fue en una de las bodegas, donde descubrimos todo sobre la elaboración del vino de Oporto, desde la vendimia hasta el envejecimiento en barricas de roble. Nos encantó ver cómo la tradición y la dedicación se mantienen intactas, generación tras generación, y, por supuesto, degustar unos pequeños sorbos de esta bebida tan emblemática de la región.

Después, nos dirigimos a un lugar curioso y original: el conejo reciclado, una obra de arte que nos sorprendió por su creatividad y mensaje ecológico. Ver cómo algo tan sencillo podía transformarse en arte nos recordó que Oporto y Gaia no solo respiran historia, sino también innovación y conciencia moderna.

Para poner el broche de oro a nuestro viaje, nos sentamos a comer en un restaurante local frente al río. Pedimos bacalao, uno de los platos más tradicionales de Portugal, y cada bocado nos recordó por qué la gastronomía portuguesa es tan especial: sabores intensos, frescos y auténticos.

Oporto es una ciudad que se deja sentir y disfrutar en cada esquina. Calles empedradas, fachadas coloridas y rincones llenos de vida invitan a pasear sin prisa, dejando que la historia y la modernidad se mezclen a cada paso. La gastronomía, los mercados, los paseos junto al río y la calidez de su gente hacen que cada día sea especial.

Es un destino que cautiva todos los sentidos y que deja recuerdos que se quedan para siempre. Pasear, probar sabores locales y dejarse sorprender por su ambiente auténtico convierte cualquier visita en una experiencia única. Oporto no se visita solo con los ojos: se vive.

Esperamos volver a Portugal, creo que es un país que tiene mucho que ofrecer, y que no pierde su encanto.