ROMA 🇮🇹




“Roma guarda el eco de siglos en cada piedra. Caminar por sus calles es tocar la historia viva.”

Roma nos recibió con ese aire eterno que combina historia, caos y belleza en cada esquina. Desde el primer momento sentimos que no estábamos en una ciudad cualquiera, sino en un lugar donde cada piedra tiene algo que contar. Pasear por sus calles fue como abrir un libro de historia viva: columnas romanas que aparecen entre edificios modernos, plazas llenas de vida y el aroma del café que se mezcla con el murmullo de las fuentes.

Llegamos con muchas ganas de descubrir sus monumentos más emblemáticos, pero también con la ilusión de perdernos por callejuelas escondidas, probar auténtica pasta italiana y vivir la ciudad como lo hacen los romanos. Porque Roma no solo se visita, Roma se respira, se camina y, sobre todo, se saborea. Vamos a ello. 

🇮🇹 RUTA 4 DÍAS 🇮🇹


DIA 1


TRASTEVERE 

Descubrir Trastevere fue como encontrarnos con la Roma más auténtica y desenfadada. Nos adentrarnos en sus callejuelas empedradas por un barrio con alma propia, lleno de vida y de rincones que parecen detenidos en el tiempo.

Mientras caminábamos entre fachadas coloridas cubiertas de enredaderas y ropa tendida que colgaba de los balcones, sentimos que aquí la ciudad se muestra más cercana, más humana. Trastevere nos conquistó con sus trattorias familiares, sus plazas animadas al caer la tarde y esa sensación de estar viviendo la Roma cotidiana, la que se disfruta sin prisas y con una copa de vino en la mano.

Las calles empedradas, que de día parecen tranquilas, se llenaron de luces cálidas, terrazas abarrotadas y música que salía de cada rincón. Sentimos que el barrio se transformaba en un gran escenario al aire libre, donde romanos y viajeros compartían risas, copas y buena comida, siendo un lugar ideal para probar esa pasta. 

Nos dejamos llevar entre trattorias con aroma a pizza recién salida del horno, bares donde el spritz fluía sin descanso y plazas animadas que se convertían en punto de encuentro improvisado. Trastevere de noche no se recorre con mapa, se vive con los sentidos: perdiéndonos en sus callejuelas, brindando bajo las luces tenues y disfrutando del auténtico ritmo nocturno de Roma.

 


BASÍLICA DE SANTA MARIA DEL TRASTEVERE

En medio del bullicio nocturno de Trastevere, la Basílica de Santa Maria nos sorprendió con su serenidad. Llegar a la plaza y encontrarnos con su fachada iluminada fue como hacer una pausa en el tiempo: las risas de las terrazas quedaban atrás y, de repente, estábamos frente a uno de los templos más antiguos de Roma, un lugar que respira historia y espiritualidad.


PUENTE SISTO

Caminar por el Puente Sisto al atardecer fue uno de esos momentos que se quedan grabados en la memoria. Desde allí, el Tíber reflejaba los tonos dorados del sol mientras las cúpulas de Roma se recortaban en el horizonte. Nos apoyamos en la barandilla para disfrutar de las vistas y entendimos por qué este puente es mucho más que un simple cruce: es un mirador privilegiado de la ciudad eterna.


FORO BOARIO

Llegamos al Foro Boario casi por casualidad, camino de "la bocca de la verita",  paseando junto al Tíber, y lo que encontramos fue un rincón lleno de historia antigua que todavía conserva su esencia. Este espacio, que en tiempos de Roma fue el gran mercado de ganado, nos recibió con templos sorprendentemente bien conservados que parecen haber resistido al paso de los siglos.

Hoy el Foro Boario es un remanso tranquilo, muy diferente del bullicio de los foros imperiales, pero con una magia especial: la de mostrarnos que Roma no solo se mide por su grandeza monumental, sino también por estos rincones donde todo comenzó.


BOCCA DE LA VERITA

Uno de esos lugares míticos que no podíamos dejar de visitar en Roma fue la Bocca della Verità. Llegamos con una mezcla de curiosidad y diversión, sabiendo que este enorme disco de mármol con rostro enigmático guarda una de las leyendas más famosas de la ciudad: quien miente al poner la mano en su boca, corre el riesgo de perderla.

Hicimos cola como muchos otros viajeros, y cuando llegó nuestro turno, no pudimos evitar reír mientras posábamos con la mano dentro, jugando a dejarnos atrapar por la historia. Más allá de la foto, lo que nos encantó fue descubrir que se encuentra en el pórtico de la iglesia de Santa Maria in Cosmedin, un rincón que añade aún más encanto al lugar.

La Bocca della Verità es de esos símbolos que combinan mito, tradición y un toque de humor, y aunque breve, la visita nos regaló un momento divertido y muy romano, de esos que quedan en la memoria de cualquier viaje.


BASÍLICA DE SANTA MARIA IN COSMEDIN 

Después de divertirnos con la Bocca della Verità, nos adentramos en la Basílica de Santa Maria in Cosmedin, una de esas iglesias que sorprenden por su sobria belleza y su aire casi secreto. Desde fuera puede parecer discreta, pero al cruzar sus puertas descubrimos un interior que respira historia y espiritualidad.

Las columnas antiguas, los mosaicos bizantinos y el suelo de mármol cosmatesco nos transportaron a otra época, recordándonos que esta basílica es uno de los mejores ejemplos de arte medieval en Roma. También nos llamó la atención la cripta, donde se guardan reliquias de San Valentín, lo que añade un toque romántico a este rincón tan especial.


TEATRO DI MARCELLO

Ya para acabar el día, antes de ir a cenar al trastevere. Apareció en nuestro paseo por Roma, una de las sorpresas más impresionantes fue encontrarnos con el Teatro di Marcello. A simple vista, parece un pequeño Coliseo, pero en realidad se trata de uno de los teatros más antiguos de la ciudad, construido en tiempos de César y Augusto.


DIA 2


CIRCO MÁXIMO

Durante nuestra visita a Roma, uno de los lugares que más nos impresionó fue el Circo Máximo, ese enorme espacio que hoy parece un simple prado alargado, pero que en su día fue el corazón del entretenimiento romano.

Mientras caminábamos por el terreno, intentábamos imaginar el bullicio que habría allí hace más de dos mil años: los gritos del público, el traqueteo de las cuadrigas y la emoción de las carreras. El Circo Máximo fue el mayor estadio de la antigua Roma, con capacidad para más de 250.000 espectadores, una cifra increíble incluso para los estándares modernos.

Fue construido originalmente en la época de los reyes de Roma, aunque alcanzó su esplendor bajo Julio César y más tarde Trajano. Aquí se celebraban las carreras de carros, pero también triunfos militares, espectáculos y festividades religiosas dedicadas a los dioses.

Hoy solo quedan los restos del terreno y algunos fragmentos de piedra, pero pasear por allí tiene algo especial. Desde el centro del circo se pueden ver las colinas del Palatino y el Aventino.

El Circo Máximo, aunque hoy silencioso, sigue siendo un espacio lleno de historia y energía, un rincón imprescindible para sentir la magnitud de la antigua Roma.


COLISEO 

El Coliseo fue, sin duda, uno de los momentos más emocionantes de nuestra visita a Roma. Ya desde lejos, al doblar la esquina y ver esa inmensa estructura de piedra y arcos perfectamente alineados, sentimos un escalofrío. Es impresionante pensar que lleva allí casi dos mil años, desafiando al tiempo y al bullicio moderno de la ciudad.

Construido en el siglo I d.C. bajo el emperador Vespasiano y terminado por su hijo Tito, el Coliseo fue el mayor anfiteatro del Imperio Romano. Llegó a albergar a más de 50.000 espectadores, que acudían entusiasmados a presenciar combates de gladiadores, cazas de fieras exóticas y hasta batallas navales simuladas, cuando inundaban la arena con agua.

Mientras recorríamos sus gradas y pasillos, imaginábamos el rugido de la multitud, el polvo levantándose con cada golpe de espada, y la tensión en el aire antes de que el emperador decidiera el destino de un combatiente con un simple gesto de la mano. A pesar del paso del tiempo, las ruinas conservan una fuerza impresionante: los túneles subterráneos donde esperaban los gladiadores, las rampas por donde subían las bestias, los restos de los mecanismos que hacían posible aquellos espectáculos grandiosos.

Desde lo alto, la vista es espectacular: Roma se despliega a nuestro alrededor, con el Foro Romano a un lado y el Palatino al otro. Es fácil entender por qué este lugar se ha convertido en el símbolo de la ciudad.


ARCO DE CONSTANTINO

Muy cerca del Coliseo, casi como un guardián que ha resistido el paso de los siglos, se alza el Arco de Constantino. Lo encontramos al salir del anfiteatro, y aunque muchos turistas pasan rápido camino al Palatino, nosotros nos detuvimos un buen rato para admirarlo. Es uno de esos monumentos que, cuanto más observas, más detalles descubres.

El arco fue inaugurado en el año 315 d.C. para conmemorar la victoria del emperador Constantino el Grande sobre Majencio en la batalla del Puente Milvio, un episodio clave que marcó el inicio de la expansión del cristianismo en el Imperio Romano. Mide más de 20 metros de alto y está cubierto de relieves y esculturas que narran gestas militares y celebran el poder imperial.

Lo curioso es que muchas de las decoraciones no fueron hechas para él, sino reutilizadas de monumentos anteriores de los tiempos de Trajano, Adriano y Marco Aurelio. Esta mezcla de estilos y épocas le da un aire único, casi como si contara la historia de Roma a través de sus propias piedras.

Mientras lo rodeábamos, nos llamaron la atención las figuras talladas en los medallones, los frisos con escenas de batalla y la majestuosidad del arco central, por donde en su día pasaban los emperadores triunfantes. Es fácil imaginar la procesión victoriosa avanzando desde el Foro Romano, cruzando el arco bajo una lluvia de flores y vítores.

Con el Coliseo a un lado y el Monte Palatino al otro, el Arco de Constantino ocupa un lugar perfecto para sentir el esplendor del antiguo Imperio. Nos pareció un rincón ideal para hacer una pausa, mirar atrás y pensar en todo lo que esas piedras han visto pasar durante casi diecisiete siglos.


MONTE PALETINO

Después de visitar el Coliseo y el Arco de Constantino, subimos al Monte Palatino, una de las siete colinas de Roma y, según cuenta la tradición, el lugar donde Rómulo fundó la ciudad en el año 753 a.C. Solo con poner un pie allí se entiende por qué los romanos escogieron este sitio: desde lo alto, las vistas sobre el Foro Romano y el Circo Máximo son espectaculares.

Pasear por el Palatino es como caminar por un gran jardín arqueológico. Entre ruinas cubiertas de flores y pinos centenarios, aparecen los restos de antiguos palacios imperiales, templos y patios de mármol que un día fueron el corazón del poder romano. Nos impresionó especialmente la Casa de Augusto, con sus frescos aún visibles, y los restos del Palacio de Domiciano, que muestran la escala monumental en la que vivían los emperadores.

Lo que más nos gustó del Palatino es su atmósfera tranquila. Después del bullicio del Coliseo, aquí se respira calma. Nos sentamos un rato en uno de los miradores, contemplando las ruinas del Foro mientras imaginábamos cómo sería la vida en la Roma antigua: los senadores paseando, los esclavos transportando ánforas, los templos brillando al sol.

Dicen que quien no ha subido al Palatino no ha sentido de verdad la historia de Roma, y estamos de acuerdo. Es un lugar donde todo comenzó, donde mito y realidad se entrelazan, y donde aún late el alma de la ciudad eterna.


FORO ROMANO

El Foro Romano fue, sin duda, uno de los lugares donde más sentimos la esencia de la antigua Roma. Después de bajar del Palatino, caminamos entre sus ruinas con la sensación de estar atravesando el corazón mismo del Imperio. Cada piedra, cada columna derruida, parece tener algo que contar.

Aquí, hace más de dos mil años, se decidía el destino del mundo conocido. El Foro era el centro político, religioso y comercial de Roma: el lugar donde los senadores debatían, los oradores pronunciaban discursos, los ciudadanos hacían negocios y los templos honraban a los dioses.

Mientras avanzábamos por el antiguo pavimento, tratábamos de imaginar el bullicio de aquella época: los vendedores, las procesiones, los carros cruzando la plaza… Nos detuvimos frente al imponente Templo de Saturno, con sus majestuosas columnas aún en pie, y también ante el Arco de Septimio Severo, que conserva sus relieves con sorprendente detalle.

Uno de los rincones que más nos impresionó fue el Templo de Antonino y Faustina, convertido más tarde en iglesia, con su fachada perfectamente integrada en la historia viva de Roma. También nos maravilló la Basílica de Majencio y Constantino, cuyos restos transmiten una idea clara de la grandiosidad que debió tener el foro en su apogeo.

Desde el centro, al mirar hacia el Palatino, comprendimos lo conectados que estaban todos estos espacios: los palacios de los emperadores dominando desde lo alto, el Foro latiendo abajo, y el Coliseo aguardando al fondo. Todo formaba parte de un mismo mundo.


MONUMENTO A VÍCTOR MANUEL II

El Monumento a Víctor Manuel II, también conocido como el Altare della Patria o el Vittoriano, fue una de las paradas que más nos sorprendió en Roma. Lo habíamos visto desde lejos, dominando la Piazza Venezia, pero al acercarnos quedamos impresionados por su tamaño y majestuosidad.

Construido a finales del siglo XIX en honor a Víctor Manuel II, el primer rey de la Italia unificada, este monumento simboliza la unidad y la independencia del país. Su fachada blanca de mármol resplandece bajo el sol romano, y las enormes columnas, estatuas y relieves parecen querer contar la historia de una nación que renacía.

Subimos los escalones lentamente, admirando la estatua ecuestre del rey, imponente en el centro, y los altorrelieves que representan las regiones de Italia. En la base se encuentra la Tumba del Soldado Desconocido, vigilada por una llama eterna y dos soldados, un lugar de respeto y silencio que contrasta con el bullicio del tráfico que pasa justo delante.

Decidimos subir hasta la terraza superior, y fue una de las mejores decisiones del día. Desde allí arriba, las vistas panorámicas de Roma son impresionantes: se distinguen claramente el Foro Romano, el Coliseo, el Campidoglio y las cúpulas de las iglesias que salpican la ciudad. Es un punto ideal para hacerse una idea de la inmensidad y belleza de Roma desde las alturas.

Aunque algunos romanos lo consideran un edificio demasiado moderno o incluso exagerado comparado con los monumentos antiguos, a nosotros nos pareció una pieza fascinante de la historia contemporánea de Italia, un puente entre la Roma clásica y la moderna.

Una visita imprescindible. A nosotros nos encantó. 


DIA 3


FORTANA DI TREVI 

Comenzamos el día, de la mejor forma. La Fontana di Trevi fue uno de esos lugares que nos hizo sonreír nada más verlo. Habíamos caminado por las estrechas calles del centro de Roma, hasta que de repente se abrió ante nosotros esa impresionante obra de arte barroco que parece surgir directamente de la pared de un palacio.

Construida en el siglo XVIII por Nicola Salvi, la Fontana di Trevi es mucho más que una fuente: es un verdadero espectáculo. En el centro destaca la figura de Neptuno, dios del mar, montado en su carro tirado por caballos marinos, mientras a su alrededor se despliegan esculturas que representan la abundancia y la salud. Todo el conjunto parece moverse con el agua, como si la piedra cobrara vida.

Y, por supuesto, no pudimos resistirnos al ritual: lanzamos una moneda por encima del hombro derecho, con la esperanza de volver algún día a Roma. Dicen que cada día se recogen miles de euros de la fuente, que se destinan a obras benéficas.

Lo mejor fue quedarnos un rato más, simplemente disfrutando del ambiente. De día, la fuente deslumbra con su brillo; pero de noche, iluminada, tiene un aire mágico que hace entender por qué ha sido escenario de tantas películas, como La dolce vita.

La Fontana di Trevi no solo es una de las fuentes más bellas del mundo, sino también un símbolo de la eterna belleza de Roma, una ciudad que sabe combinar historia, arte y emoción en cada rincón.


IGLESIA DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Después de recorrer las calles y plazas llenas de historia, llegamos a la Iglesia de San Ignacio de Loyola, un verdadero tesoro del barroco romano que nos dejó sin palabras. Situada en la Via del Caravita, su fachada sobria no hace justicia a lo que encontramos en su interior: un despliegue de arte, luz y perspectiva que nos atrapó al instante.

Construida en el siglo XVII por la Compañía de Jesús, la iglesia está dedicada a San Ignacio de Loyola, fundador de la orden jesuita. Al entrar, nos sorprendió la grandiosidad de la nave central y la sensación de verticalidad que nos hace sentir pequeños ante tanta magnificencia. Pero lo que realmente nos maravilló fue el famoso techo pintado por Andrea Pozzo, una obra maestra de trampantojo que crea la ilusión de una cúpula que en realidad no existe. Desde nuestra posición en el suelo, parecía como si los santos y ángeles se elevaran hasta el cielo, flotando en un espacio infinito.


PANTEÓN

Después de pasear por plazas y templos, llegamos al Panteón, uno de esos lugares que nos dejaron completamente asombrados. Su fachada clásica con columnas corintias nos daba la bienvenida, pero fue al entrar cuando realmente sentimos la magnitud de la Roma antigua: un espacio tan armonioso y perfecto que casi parecía desafiar el paso del tiempo.

El Panteón fue construido en el siglo II d.C. bajo el emperador Adriano, aunque se levantó sobre un templo anterior. Originalmente estaba dedicado a todos los dioses del panteón romano, de ahí su nombre, y más tarde se convirtió en iglesia cristiana, lo que ayudó a conservarlo en tan buen estado.

Al mirar hacia arriba, nos quedamos boquiabiertos ante la cúpula majestuosa con su oculus central, un enorme agujero que deja pasar la luz del cielo y crea un juego de luces que cambia a lo largo del día. Es increíble pensar que esta cúpula, construida hace casi dos mil años, sigue siendo la más grande de hormigón sin refuerzo del mundo.

Recorrimos lentamente el interior, admirando las columnas de granito, los altares y las tumbas de personajes ilustres como Rafael. Cada detalle transmite una sensación de armonía y equilibrio que nos hizo entender por qué el Panteón ha inspirado a arquitectos durante siglos.

Antes de salir, nos quedamos un momento en la plaza frente al Panteón, contemplando cómo los transeúntes se mezclaban con la historia, y cómo un monumento tan antiguo podía seguir siendo parte viva de la ciudad. Sin duda, es un lugar donde el pasado y el presente se encuentran de manera perfecta, un imprescindible en cualquier recorrido por Roma.


PLAZA DE ESPAÑA

Después de maravillarnos con iglesias y templos, llegamos a la Plaza de España, uno de esos lugares que combina historia, arte y vida cotidiana de una manera única. Al acercarnos, lo primero que nos llamó la atención fue la famosa escalinata de la Trinità dei Monti, que se eleva majestuosa, invitándonos a subir paso a paso y disfrutar de la vista de la ciudad.

La plaza, construida en el siglo XVIII, recibe su nombre por la embajada española ante la Santa Sede, situada allí, y desde entonces se ha convertido en un punto de encuentro tanto para locales como para turistas. Nos detuvimos en la Fontana della Barcaccia, diseñada por Pietro Bernini, que recuerda a un pequeño barco hundido, casi flotando entre el bullicio de la plaza. El sonido del agua y el ir y venir de la gente crean un ambiente animado y relajado a la vez.

Subiendo por la escalinata, pudimos disfrutar de una vista panorámica de las calles que descienden hacia la plaza y de los edificios elegantes que la rodean. Nos hizo pensar en cómo Roma mezcla magistralmente la historia y la modernidad, convirtiendo cada rincón en una experiencia visual y emocional.

Es uno de esos lugares donde se entiende por qué Roma sigue siendo la “Ciudad Eterna”: no solo por sus monumentos, sino por la forma en que la vida cotidiana se mezcla con siglos de historia.


PLAZA NAVONA

Después de disfrutar de la Plaza de España, caminamos hacia la Plaza Navona, uno de esos espacios que hacen que te detengas y admires Roma simplemente por existir.

La plaza es un auténtico museo al aire libre: en el centro se encuentra la Fuente de los Cuatro Ríos, obra maestra de Gian Lorenzo Bernini, con esculturas que representan los principales ríos del mundo conocidos en el siglo XVII. Cada figura, con su fuerza y dinamismo, nos hizo sentir como si los elementos estuvieran vivos, mientras el agua caía con un sonido relajante y constante.

A lo largo de la plaza descubrimos también la Fuente del Moro y la Fuente de Neptuno, además de la elegante Iglesia de Sant’Agnese in Agone, que domina uno de los lados de la plaza con su imponente fachada barroca. Nos encantó pasear entre los cafés y artistas callejeros, sentir el ambiente animado y al mismo tiempo contemplar la perfección de la arquitectura y el arte que nos rodeaba.

Nos sentamos un rato en uno de los bordes de la plaza, observando cómo los turistas y locales convivían entre las fuentes y los edificios históricos, y cómo Roma consigue mantener viva su historia mientras sigue siendo una ciudad moderna y vibrante. La Plaza Navona es, sin duda, uno de esos lugares que te hacen sentir que cada rincón de Roma tiene una historia que merece ser contada.

 

 


El Templo de Adriano fue una de esas joyas que encontramos casi por sorpresa mientras paseábamos por el centro histórico de Roma. A diferencia de los grandes monumentos imperiales como el Coliseo o el Foro, este templo aparece de pronto entre las calles modernas, recordando discretamente que la historia antigua sigue latiendo en cada rincón de la ciudad.

Se construyó en el año 145 d.C. por orden del emperador Antonino Pío, en honor a su antecesor y padre adoptivo, Adriano, uno de los gobernantes más cultos y viajeros del Imperio Romano. De lo que fue un templo grandioso dedicado al emperador divinizado, hoy se conservan once columnas corintias de mármol blanco que se alzan majestuosas en la Piazza di Pietra, perfectamente integradas en la fachada de un edificio posterior del siglo XVII.

Nos quedamos un rato observando los detalles de los capiteles y la armonía de las proporciones, intentando imaginar cómo sería el templo original. Resulta fascinante pensar que, en este mismo lugar, hace casi dos mil años, los romanos rendían culto a un hombre convertido en dios.

Lo que más nos gustó fue el contraste: las columnas antiguas, iluminadas al caer la tarde, conviven con cafés y tiendas modernas alrededor de la plaza. Es uno de esos rincones donde Roma muestra su esencia: una ciudad que no destruye su pasado, sino que lo incorpora a su presente.

Por la noche, la iluminación resalta la textura del mármol y el silencio de la plaza invita a quedarse un momento más, disfrutando de la calma. No es tan conocido como otros monumentos, pero el Templo de Adriano nos pareció una parada perfecta para sentir esa mezcla de historia, belleza y vida cotidiana que hace única a Roma.


DIA 4

El último dia lo dedicamos al Vaticano. Clica en el botón y te lo contamos. 

CASTILLO DE SANT'ANGELO

Al salir llegamos  al imponente Castillo de Sant’Angelo, un edificio que, desde lejos, ya nos llamaba la atención con su forma circular y su presencia sobre el río Tíber. Al acercarnos, entendimos por qué ha sido uno de los símbolos de Roma durante casi dos mil años.

El castillo fue construido en el siglo II d.C. como mausoleo para el emperador Adriano y su familia, pero a lo largo de los siglos ha tenido muchos usos: fortaleza militar, residencia papal, prisión y ahora museo.

No pudimos evitar imaginar la historia que se ha desarrollado aquí: emperadores descansando, papas buscando refugio en tiempos de peligro, prisioneros esperando su destino.

Nuestra última visita fue al castillo, aunque nos queda pendiente su visita. Excusa para volver😜

Nuestra visita a Roma nos dejó completamente fascinados. Cada rincón, cada calle y cada plaza estaban llenos de historia y vida, y no podíamos evitar maravillarnos ante la combinación de arte, arquitectura y tradición que se respira en cada paso. Caminando por la ciudad, sentimos cómo el pasado y el presente se entrelazan: desde la grandiosidad de los monumentos antiguos hasta la vitalidad de la vida cotidiana, con su bullicio de turistas y locales, cafés acogedores y callejones llenos de encanto.

Lo que más nos impresionó fue la sensación de estar caminando dentro de la historia misma, como si cada piedra tuviera algo que contar y cada fachada escondiera siglos de historias. Al mismo tiempo, la ciudad nos mostró su lado más moderno y acogedor, invitándonos a disfrutar de su gastronomía, sus plazas animadas y sus vistas panorámicas.

Al final del día, nos quedamos con la emocionante sensación de haber vivido algo único, de haber sentido la grandeza y la magia que solo un lugar con tanta historia puede ofrecer. Y, aunque ya habíamos recorrido mucho, nos fuimos con la certeza de que esta ciudad tiene aún mucho que ofrecernos, con ganas de volver muy pronto y seguir descubriendo cada uno de sus secretos.

Arribederchi ROMA. ❤️