ZARAGOZA 🇪🇸 

"Entre la Basílica del Pilar y sus calles, descubrimos Zaragoza” 

 

Este finde nos lo tomamos con calma y decidimos hacer algo diferente: carretera, buena compañía y rumbo a esa parte de Aragón que siempre suena, pero que no habíamos explorado a fondo. Y la verdad, nos sorprendió mucho (para bien).

Fue uno de esos viajes donde no vas con el mapa lleno de marcas, sino que vas descubriendo sobre la marcha. Pueblos con mucho encanto, de esos que parecen quedarse congelados en el tiempo, con calles estrechas, fachadas de piedra y plazas donde la vida va a otro ritmo.

El paisaje cambiaba a cada rato: zonas más verdes, otras más secas, pero siempre con ese aire de autenticidad que te hace parar el coche solo para mirar. No faltaron esos miradores improvisados, donde el silencio lo dice todo, ni esos caminos de tierra que no sabíamos adónde llevaban pero que valía la pena recorrer.

Comimos de lujo. De esos sitios donde no hace falta carta porque lo que te sacan es lo que hay, y todo está riquísimo.

Lo mejor de todo fue ese ritmo pausado, sin relojes, sin agobios. Solo nosotros, el paisaje, y las ganas de dejarnos sorprender. Fue una escapada sencilla, pero con mucha alma. Y a veces, eso es justo lo que necesitas, paz. 

RUTA 5 DÍAS POR ZARAGOZA

DIA 1

PUENTE DE PIEDRA 

Llegamos a la ciudad y lo primero fuimos a conocer su centro. Es uno de esos sitios que te atrapan sin hacer ruido. Solo cruzarlo ya impone, con el río fluyendo debajo y la ciudad desplegándose al fondo. Nos quedamos un buen rato ahí, apoyados en la barandilla, viendo cómo el agua pasaba. Fue uno de esos momentos que parecen simples, pero que te quedan grabados.

Se construyó allá por la Edad Media, aunque ya antes los romanos cruzaban el Ebro por este mismo punto. Lo que vemos hoy es del siglo XV, pero ha sido restaurado unas cuantas veces porque el río no perdona, y más de una vez se lo ha querido llevar por delante.

Durante siglos fue la única forma de cruzar el Ebro en Zaragoza sin mojarse los pies. Por ahí pasaban comerciantes, soldados, campesinos… todos. Era como la entrada oficial a la ciudad, así que imagínate la cantidad de historias que han pasado por sus piedras.

Y sí, los leones que lo custodian en cada extremo no son decoración moderna. Son símbolo de la ciudad y le dan un toque épico al puente. Te sientes un poco como en una peli cuando los ves ahí, imponentes, mirando al infinito.

Caminar por el Puente de Piedra es como andar por un trozo vivo del pasado.

El lugar tiene algo… un aire tranquilo, potente, que te hace parar sin darte cuenta, con las vistas del pilar imponente. Un lugar muy bonito. 

CATEDRAL DEL SALVADOR

La Seo es de esos lugares que, aunque no seas muy de iglesias, te dejan con la boca abierta. Desde fuera ya impone, pero lo fuerte viene cuando entras. Está en pleno corazón del casco antiguo.

Lo más curioso es que es un edificio que parece varios en uno. ¿Por qué? Porque ha pasado por tantas manos y épocas que su arquitectura es un mix total: románico, gótico, mudéjar, renacentista… vamos, un resumen visual de siglos de historia. Cada rincón tiene algo distinto, y eso la hace única.

Dentro, el ambiente cambia por completo: silencio, luz tenue filtrándose por las vidrieras, y ese olor a piedra antigua que te hace sentir en otro tiempo. El retablo mayor es una pasada —altísimo, con un montón de detalles que podrías pasarte horas mirando. Y si te mola la historia del arte, prepárate, porque es una joya en toda regla.

Ah, y un detalle que mucha gente no sabe: La Seo fue durante siglos la sede principal del arzobispado, compitiendo directamente con El Pilar, que está justo al lado. Dos catedrales, una al ladito de la otra, cada una con su estilo, su historia… y su propio club de fans.

AYUNTAMIENTO

Justo en medio de toda la acción, entre la Basílica del Pilar y La Seo, está el Ayuntamiento de Zaragoza. Lo ves y, la verdad, parece más un edificio de museo que uno donde se firman papeles y se toman decisiones políticas. Tiene ese rollo solemne pero bonito, con su fachada de ladrillo estilo renacentista aragonés que encaja a la perfección con el resto de la plaza.

Lo curioso es que, aunque parezca antiguo, no lo es tanto. Se construyó en el siglo XX, pero quisieron que encajara con el entorno, así que lo hicieron con ese aire clásico que no desentona nada. De hecho, si no te lo dicen, te crees que lleva ahí desde hace siglos.

Nosotros lo vimos por fuera, porque no se puede visitar libremente, pero vale la pena pararse un momento, sentarse en algún banco de la plaza y mirarlo con calma. Tiene esculturas y detalles que le dan mucha personalidad, como los relieves que representan momentos importantes de la historia de la ciudad. Es como un resumen de Zaragoza esculpido en piedra.

Además, estar allí en medio de esa plaza, rodeado de historia por todos lados, con gente paseando, músicos callejeros sonando de fondo y los cafés llenos… tiene algo especial. Es uno de esos lugares donde te dan ganas de quedarte un rato sin hacer nada, solo mirando y disfrutando del momento.

BASÍLICA DEL PILAR 

Y claro, no podíamos irnos de Zaragoza sin pasar por la joya de la ciudad: la Basílica del Pilar. Es uno de esos lugares que, aunque los hayas visto mil veces en fotos, en persona te deja con cara de “wow”. Es enorme, imponente, y con ese aire majestuoso que impone respeto pero a la vez te invita a entrar.

Desde fuera ya es una pasada: las cúpulas, las torres, los detalles… pero lo mejor es verla desde la otra orilla del Ebro, sobre todo al atardecer. Esa vista con el río reflejando la silueta de la basílica es de postal. Te dan ganas de sacar la cámara, el móvil, hacer vídeo, y aun así sentir que nada le hace justicia.

Entrar es otro rollo. Dentro todo es paz, silencio, y una sensación rara de estar en un sitio muy importante, aunque no seas especialmente religioso. Mucha gente va solo a mirar, a respirar el ambiente. Hay varias capillas, una bóveda impresionante, y lo más famoso: la columna (el “pilar”) donde, según la tradición, se apareció la Virgen a Santiago. Y sí, hay un pequeño hueco en el que puedes tocarla. Muchos lo hacen con muchísima emoción.

Ah, y si te animas, puedes subir a una de las torres.

La verdad, la Basílica del Pilar no es solo un sitio para ver, es un lugar para sentir. Te transmite algo. Y cuando sales y te sientas en la plaza, con toda la vida pasando a tu alrededor, entiendes por qué es tan especial para la gente de aquí.

Nosotros fuimos de noche y es una estampa magnífica. 

PLAZA DEL PILAR 

La Plaza del Pilar es el corazón de Zaragoza, literal y emocionalmente. Es ese sitio donde todo pasa, donde todo el mundo acaba tarde o temprano, ya sea para visitar, pasear, hacer fotos o simplemente sentarse a mirar la vida pasar. Nosotros, claro, también acabamos ahí, y no solo una vez.

Lo primero que impresiona es el tamaño: es enorme. Es como si hubieran despejado un trozo de ciudad solo para que puedas respirar, mirar alrededor y decir “guau”. A un lado tienes la Basílica del Pilar, al otro La Seo, el Ayuntamiento en medio y, por si fuera poco, varias fuentes, esculturas y rincones que invitan a quedarse.

La plaza tiene ese ambiente que mezcla todo: turistas alucinando con la arquitectura, niños corriendo entre las fuentes, abuelos sentados en los bancos, músicos callejeros poniéndole banda sonora a la tarde… Y si te sientas un rato con un café o un helado, te das cuenta de que todo Zaragoza pasa por ahí en algún momento.

También es un sitio con historia, arte y simbolismo. La fuente de la Hispanidad, por ejemplo, tiene forma de mapa de América Latina (sí, de verdad, míralo desde arriba en alguna foto aérea y lo ves). Y por las noches, cuando todo se ilumina, el sitio se vuelve aún más mágico.

EL TUBO

Si hay un sitio donde Zaragoza saca su lado más sabrosón, ese es El Tubo. Es como un laberinto de callejuelas estrechas en pleno centro, lleno de bares, risas, olor a comida rica y buen rollo. Nosotros fuimos a dar una vuelta… y acabamos quedándonos horas. Literalmente.

El plan era “picamos algo y seguimos”, pero claro, entras en el Tubo y ya no quieres salir. Es imposible elegir solo un sitio. Cada bar tiene su especialidad: croquetas, huevos rotos, jamón del bueno, quesos, longaniza, bacalao… lo que se te ocurra. Tapas pequeñas pero potentes, de esas que te hacen cerrar los ojos de puro gusto.

El ambiente es de los mejores. Gente de todas las edades, grupos de amigos, parejas, familias, locales que te recomiendan “el bar bueno bueno”, camareros que te tratan como si te conocieran de siempre… Y todo eso con una cerveza fría o un vino de la tierra en la mano. Es una experiencia que mezcla lo gastronómico con lo social. No es solo comer, es vivirlo.

Y aunque hay mucha oferta, no se siente como una zona turística sin alma. Al contrario, El Tubo tiene carácter, tiene historia. Se nota que lleva ahí años siendo punto de encuentro. Es uno de esos sitios donde lo mejor que puedes hacer es perderte, probar sin pensar y dejarte llevar por el bullicio alegre de la calle.

Salimos contentísimos, con la barriga llena y la sonrisa puesta. Porque si algo tiene El Tubo, es que te deja con ganas de volver. Y de repetir tapeo, claro.

DIA 2

MERCADO CENTRAL 

Si hay un sitio que hay que visitar sí o sí en Zaragoza, es el Mercado Central. Está en pleno centro, justo al lado de las murallas romanas y a un paso de la plaza del Pilar. No es solo un sitio para comprar fruta o pescado —que también—, sino un edificio con historia, con un rollo modernista que te hace mirar hacia arriba nada más entrar.

Lo diseñó un arquitecto aragonés, Félix Navarro, allá por el siglo XIX. Se inspiró en los mercados parisinos y eso se nota: hierro, cristal, piedra… todo muy elegante. Abrió sus puertas en 1903 y desde entonces ha sido uno de los corazones que laten en esta ciudad. Hoy en día está súper bien cuidado porque lo reformaron hace nada (bueno, entre 2018 y 2019), y lo dejaron como nuevo sin perder ese aire antiguo que mola tanto.

Dentro hay un montón de puestos —unos 80— con todo tipo de productos: fruta fresca, verduras, carnes, embutidos, pescado, pan, dulces… Vamos, que puedes hacer la compra del mes o simplemente picar algo rico. Incluso hay espacios donde puedes tomarte una tapa o un vermut tranquilamente.

MURALLAS ROMANAS 

Si paseas por el centro de Zaragoza, justo al lado del Mercado Central, puede que te topes con unas enormes piedras apiladas que llaman la atención. No son cualquier cosa: ¡son restos de las antiguas murallas romanas de Caesaraugusta!

Sí, sí, Zaragoza ya era ciudad en tiempos de los romanos, y no una cualquiera: era una de las pocas que tuvo el privilegio de llevar el nombre del emperador César Augusto. Para protegerla, los romanos construyeron una pedazo de muralla entre los siglos I y III d.C., que llegaba a rodear toda la ciudad. Imagina unos 3 kilómetros de muro, con torres cada pocos metros, y una altura de hasta 10 metros. Vamos, que no se andaban con tonterías.

Hoy en día solo se conservan algunos tramos, pero el más espectacular está justo al lado del Torreón de La Zuda, en la Avenida César Augusto. Si vienes desde el Mercado Central, te lo encuentras de frente, y es una pasada ver cómo esas piedras han aguantado más de 2.000 años ahí plantadas.

Además, mola mucho pensar en todo lo que han visto esas murallas: romanos, visigodos, musulmanes, reyes cristianos… y ahora gente paseando con el móvil o yendo a hacer la compra. Historia viva al aire libre, literalmente.

Así que si estás por la zona, merece la pena pararse un ratito, mirar hacia arriba y dejar volar la imaginación. Porque en Zaragoza, el pasado está más cerca de lo que parece.

CALLE ALFONSO I

Después nos dispusimos a pasear por esta calle. Si visitas Zaragoza, no puedes dejar de recorrer la calle Alfonso I. Ya sea para admirar su arquitectura, hacer algunas compras o simplemente disfrutar de las vistas de la Basílica del Pilar al fondo, es un lugar que captura la esencia de la ciudad. 

PALACIO DE LA ALJAFERIA

En nuestro paso por Zaragoza, decidimos pasar la tarde en una parada obligatoria en uno de sus grandes emblemas: el Palacio de la Aljafería. Y sinceramente… ¡salimos encantados! Si te gustan los lugares con historia, arquitectura y ese toque mágico que tienen los monumentos bien conservados, este es tu sitio.

Antes de nada, situémonos: la Aljafería está en Zaragoza, y aunque desde fuera parece “solo” una fortaleza, es mucho más que eso. Es un palacio construido en el siglo XI por los musulmanes, transformado después por los cristianos, ampliado por los Reyes Católicos y hasta usado como cuartel militar. ¡Casi mil años de historia en un solo edificio!

Nuestra visita comenzó por la Torre del Trovador, que es la parte más antigua. Nos contaron que aquí funcionó una cárcel durante la Inquisición (sí, de esas con historias oscuras y celdas húmedas). Subimos por unas escaleras estrechas mientras imaginábamos los pasos de los antiguos habitantes… y alguno que otro preso también.

Después entramos en el Patio de Santa Isabel, y fue como cambiar completamente de escenario. Pasamos de la piedra robusta a un rincón lleno de luz, arcos delicados y palmeras. Este patio central es típico de la arquitectura islámica: un lugar para relajarse, refrescarse y disfrutar de la belleza.

Aquí, cada rincón está lleno de detalles: inscripciones en árabe, yeserías geométricas y un ambiente de calma que invita a sentarse un rato y dejar que la historia hable sola.

Este emblemático palacio no solo es uno de los monumentos más importantes del arte islámico en España, sino que también alberga desde 1987 la sede del parlamento autonómico de Aragón.

Una vez tomada la visión a la ciudad, decidimos pasar el resto de días de ruta por la provincia, así que comenzamos nuestro día viajando hacia el Oeste de la provincia.