PAMPLONA 🇪🇸

"Pamplona se transforma cada julio con San Fermín, cuando la ciudad vibra entre encierros, música y la alegría de sus calles llenas de gente.”

Pamplona es una ciudad que es perfecta para pasar un fin de semana. ¿Nos acompañas a conocerla? 

CIUDADELA

Al recorrer la Ciudadela de Pamplona, sentí cómo la historia se mezclaba con la vida actual. Me sorprendieron sus imponentes murallas y fosos, que conservan la grandeza de la ciudad en tiempos pasados. Paseando por sus caminos y plazas interiores, disfruté de la tranquilidad del entorno y de las vistas hacia la ciudad.

Me llamó especialmente la atención cómo la Ciudadela, además de su valor histórico, se ha convertido en un espacio verde y cultural donde se organizan exposiciones, conciertos y actividades al aire libre. Fue un paseo que me hizo sentir tanto la grandeza de su pasado como la vitalidad de Pamplona hoy.

PLAZA DEL CASTILLO

La Plaza del Castillo de Pamplona es el corazón histórico y social de la ciudad. Nosotros la percibimos como una plaza amplia y rectangular, rodeada de edificios porticados y con una gran diversidad de bares, cafeterías y tiendas, que la convierten en un lugar animado tanto de día como de noche. 

AYUNTAMIENTO

Al llegar a la Plaza Consistorial, nos encontramos con uno de los edificios más emblemáticos de Pamplona: su Ayuntamiento. Lo primero que nos llama la atención es su fachada barroca, tan decorada que casi parece un escenario teatral. Entre columnas, balcones y esculturas, distinguimos las figuras de la Justicia, la Prudencia, la Fama y la Fortaleza, que parecen vigilarnos desde lo alto.

Nos imaginamos este lugar un 6 de julio, cuando desde ese balcón se lanza el famoso chupinazo que da inicio a los Sanfermines. La plaza, ahora tranquila, se transforma entonces en un hervidero de gente vestida de blanco y rojo, cantando y celebrando a la vez.

El edificio fue inaugurado en 1755, aunque a lo largo de los siglos ha cambiado varias veces de aspecto. Aquí, en pleno corazón de Pamplona, sentimos que no solo estamos ante la sede del gobierno municipal, sino también frente a un símbolo de identidad y fiesta para toda la ciudad.

IGLESIA DE SAN SATURNINO

Mientras recorremos el casco antiguo de Pamplona, las calles estrechas nos conducen hasta la Iglesia de San Saturnino, también conocida como San Cernin. Al acercarnos, lo primero que nos impresiona son sus dos torres macizas de aspecto fortificado, que nos recuerdan que este templo no fue solo un lugar de culto, sino también un refugio y punto de defensa en tiempos medievales.

Entramos y el ambiente cambia por completo: la sobriedad gótica nos envuelve, con sus bóvedas altas y su luz tenue que se cuela a través de las vidrieras. Enseguida nos llama la atención la pila bautismal, porque aquí, según la tradición, fue bautizado nada menos que San Fermín, patrón de la ciudad.

CUESTA DE STO DOMINGO

Nada más poner un pie en la Cuesta de Santo Domingo, sentimos que estamos en uno de los lugares más míticos de Pamplona. Esta calle empinada, que arranca desde el antiguo baluarte y la hornacina de San Fermín, es el punto donde cada mañana de Sanfermines empieza la adrenalina: aquí arranca el encierro.

Nos imaginamos el momento: los mozos cantando tres veces al santo, pidiendo protección con la vista fija en la hornacina, y el silencio tenso justo antes de que suene el cohete. Entonces, los toros irrumpen y recorren esta cuesta de piedra que, cuando la vemos tranquila y vacía, parece increíble que se convierta en un escenario de tanta emoción.

Al margen de la fiesta, pasear por aquí nos permite descubrir otra cara de Pamplona. La cuesta conserva ese aire medieval, con sus muros de piedra y la conexión con las murallas de la ciudad. Cada paso nos recuerda que estamos caminando por un lugar donde tradición, fe y valor se entrelazan de una forma única.

HORNACINA DE SAN FERMÍN

Entre el bullicio de turistas y pamploneses, nos detenemos frente a un rincón muy especial en la cuesta de Sto Domingo. La hornacina de San Fermín. A simple vista parece un pequeño detalle en la fachada del edificio, pero al fijarnos mejor descubrimos que guarda un gran significado para la ciudad.

Allí, dentro de ese espacio protegido por cristal, se encuentra la imagen del santo más querido de Pamplona. Cada 7 de julio, antes de que comience la fiesta, la hornacina se adorna con flores y pañuelos rojos. Y durante los Sanfermines, son miles los que se paran aquí, levantan la vista y entonan el famoso “¡Viva San Fermín!”.

CORRALITOS

Al alejarnos un poco del casco antiguo y bajar hacia la zona del río Arga, llegamos a los corralillos del Gas, conocidos popularmente como los corralitos. A simple vista parecen unos recintos tranquilos de madera, pero sabemos que aquí, durante los Sanfermines, todo cobra vida.

Es en este lugar donde los toros esperan cada mañana antes de ser guiados hasta la cuesta de Santo Domingo, punto de inicio del encierro. Al estar allí, nos imaginamos la expectación: la gente asomada, los pastores conduciendo a los animales y la tensión que se respira antes de que empiece la carrera.

Fuera de la fiesta, los corralillos se integran como un rincón curioso de Pamplona, un recordatorio de la profunda unión de la ciudad con sus tradiciones. Nos detenemos un rato, contemplando cómo un espacio tan sencillo puede convertirse, durante unos días al año, en protagonista de una de las celebraciones más famosas del mundo.

PORTAL DE FRANCIA

Al caminar por las murallas de Pamplona, llegamos al Portal de Francia, uno de los accesos más antiguos y emblemáticos de la ciudad. Nos detenemos a contemplar sus torres y el arco de piedra, que nos transporta siglos atrás, cuando este portal servía como punto de entrada para comerciantes, viajeros y peregrinos que llegaban desde el norte.

CALLE ESTAFETA

CURVA ESTAFETA

Cuando caminamos por la calle Estafeta, cuesta creer que esta tranquila vía peatonal sea uno de los puntos más famosos del encierro de San Fermín. Al llegar a la esquina con la calle Mercaderes, nos detenemos en la conocida curva de Estafeta, donde cada mañana de fiesta se concentran tensión, emoción y peligro.

Nos imaginamos el instante: los toros llegan a toda velocidad desde Mercaderes y, al girar, muchas veces derrapan contra las vallas, levantando un murmullo de susto y admiración entre quienes miran desde los balcones y la barrera. Viendo la curva en calma, resulta impresionante pensar en el estruendo de cascos, gritos y carreras que la llenan en cuestión de segundos durante los encierros.

Más allá de la fiesta, recorrer esta calle nos permite disfrutar de otro lado de Pamplona: sus bares de pintxos, el ambiente alegre de las terrazas y la sensación de estar en uno de los lugares más vibrantes de la ciudad. La curva de Estafeta no es solo un rincón de riesgo y adrenalina, sino también un símbolo de identidad pamplonesa.

Al adentrarnos en la calle Estafeta, sentimos que entramos en el corazón más bullicioso de Pamplona. Sus fachadas de colores, los balcones llenos de flores y las tabernas repletas de vida nos invitan a recorrerla sin prisa. Aquí se respira historia y, al mismo tiempo, la alegría del presente.

Durante los Sanfermines, esta calle se convierte en uno de los tramos más emocionantes del encierro: los toros avanzan a toda velocidad mientras corredores y público contienen la respiración. Pero fuera de esos días de fiesta, Estafeta es un lugar perfecto para disfrutar de pintxos, vinos y ese ambiente festivo que nunca parece apagarse.

Cada paso que damos nos recuerda que estamos en una de las calles más emblemáticas de Pamplona, donde tradición, gastronomía y vida cotidiana se mezclan en un mismo escenario.

PLAZA DE TOROS

Al llegar al final de la calle Estafeta, se abre ante nosotros la Plaza de Toros de Pamplona, uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad. Nos impresiona su tamaño: es la cuarta plaza más grande del mundo, y cada 7 de julio se convierte en escenario de la emoción que culmina los encierros.

Nos imaginamos el momento en el que los toros entran por la puerta tras el recorrido del encierro, acompañados por una multitud que los sigue corriendo. El silencio expectante, los gritos de ánimo y el rugido del público se mezclan hasta convertir la plaza en un auténtico hervidero de emociones.

Fuera de los Sanfermines, el espacio se transforma. La plaza acoge conciertos, espectáculos y visitas guiadas que nos permiten descubrir sus rincones desde dentro. Paseando por sus gradas y galerías, sentimos que no solo estamos en un recinto taurino, sino en un lugar donde la tradición, la cultura y la fiesta forman parte inseparable de la identidad pamplonesa.

MONUMENTO A LOS ENCIERROS

Paseando por la avenida Roncesvalles, nos detenemos ante uno de los rincones más fotografiados de Pamplona: el Monumento al Encierro. De repente, sentimos que la fiesta cobra vida en plena calle.

La escultura, alargada y dinámica, muestra a corredores y toros en plena carrera, con gestos de esfuerzo, miedo y valentía congelados en bronce. Nos acercamos y casi podemos oír el estruendo de los cascos y los gritos de la multitud. La fuerza de las figuras nos envuelve, como si por un instante participáramos nosotros mismos en el encierro.

Este monumento no es solo un homenaje a la tradición más famosa de la ciudad, sino también un lugar donde viajeros y locales se paran, hacen fotos y comparten un pedazo de la esencia pamplonesa. Nos vamos con la sensación de que aquí, en este grupo escultórico, late el espíritu de los Sanfermines durante todo el año.

Después de pasear y descubrir rincones llenos de historia, decidimos dejarnos llevar por el ambiente y hacer lo que más nos gusta: irnos de tapeo. Nos metimos de bar en bar, probando pintxos distintos en cada parada, acompañados de buenos vinos y risas. Nos encantó esa costumbre de disfrutar cada bocado de pie, rodeados de gente animada y con ese bullicio tan característico que hace que todo sepa mejor. Entre conversación y conversación, sentimos que la gastronomía también es parte del viaje, una forma deliciosa de conocer la esencia de la ciudad.