PUEBLOS GUIPÚZCOA
"Los pueblos de Guipúzcoa nos envuelven con el verde de sus montañas, el azul del Cantábrico y la calidez de su gente.”
MOTRIKU
“Motriku, puerto pesquero con encanto marinero.”
Nuestra visita a Mutriku nos sorprendió gratamente. Este pequeño pueblo pesquero tiene un encanto especial, con sus calles estrechas y empedradas que nos invitan a pasear sin prisas. Nos encantó sentir la vida local, ver los barcos en el puerto y disfrutar del ambiente tranquilo y auténtico que se respira en cada rincón.
MIRADOR DE LA VIRGEN DE ITZIAR
Al llegar al Mirador de Deba nos quedamos impresionados por las vistas. Desde allí se aprecia la costa vasca en todo su esplendor, con el mar, los acantilados y el pueblo extendiéndose a nuestros pies.
Nos encantó detenernos un momento, respirar la brisa marina y disfrutar del paisaje sin prisas. Aunque solo estuvimos contemplando desde el mirador, la experiencia fue suficiente para sentir la grandeza de la naturaleza y la belleza de la región.
Para nosotros, el Mirador de Deba es uno de esos lugares que te hacen detenerte y admirar, un rincón perfecto para fotos y para conectar con la esencia de la costa vasca.
Allí encontrarás a la virgen de Itziar vigilando su costa.
ZUMAIA
“Zumaia, acantilados de flysch frente al Cantábrico.”
Nuestra visita a Zumaia nos dejó fascinados. Este pueblo costero combina mar, acantilados y un casco antiguo con encanto que nos hizo pasear sin prisa por sus calles. Nos encantó sentir la vida local, ver los barcos en el puerto y disfrutar del ambiente tranquilo y auténtico que se respira en cada rincón.
Lo que más nos impresionó fueron los acantilados y las formaciones rocosas de la costa, que nos recordaron por qué la zona es famosa en todo el mundo.
Nuestra visita a la Ermita de San Telmo fue todo un descubrimiento. Situada sobre un acantilado, nos regaló unas vistas impresionantes del mar y de la costa que nos hicieron detenernos más de lo esperado.
Nos hizo especial ilusión reconocer el lugar de la famosa escena de Ocho Apellidos Vascos, lo que añadió un toque divertido y nos hizo imaginar a los personajes disfrutando del paisaje como lo hicimos nosotros., su entorno y la atmósfera del lugar nos transmitieron tranquilidad y tradición.
Para nosotros, la Ermita de San Telmo es uno de esos rincones donde naturaleza, historia y cine se mezclan, perfecto para contemplar el mar y sentir la esencia de Zumaia.
GUETARIA
“Getaria, villa marinera entre viñedos y mar.”
Nada más llegar nos recibió la silueta del Monte de San Antón, más conocido como el “ratón de Getaria” por su curiosa forma. Aparcamos cerca del puerto y empezamos a caminar entre barcos de colores, con ese olor a salitre que nos encanta.
Nos encantó pasear por el puerto y ver los barcos atracados, sentir la brisa marina y disfrutar de un lugar donde la vida local se mezcla con la historia de manera natural. Además, la gastronomía fue otro de los grandes descubrimientos: degustar pescado fresco y productos del mar.
El casco histórico es una maravilla: calles empedradas, casas con balcones de madera y flores, y la imponente Iglesia de San Salvador, que aparece casi de repente, atravesada por una calle que pasa justo por debajo de su nave.
Al pasear por Guetaria, no podemos evitar sentirnos parte de la historia cuando pensamos en Juan Sebastián Elcano, el marinero guetiarra que completó la primera vuelta al mundo. Nacido aquí, en este pequeño puerto, su vida nos recuerda la valentía y la curiosidad que impulsan a los grandes exploradores.
El diseñador más destacado de Guetaria es Cristóbal Balenciaga Eizaguirre, nacido en esta localidad guipuzcoana el 21 de enero de 1895. Reconocido como uno de los modistos más importantes de la historia de la alta costura.
Apesar de su éxito internacional, Balenciaga siempre mantuvo un vínculo profundo con su tierra natal. El Cristóbal Balenciaga Museoa, inaugurado en 2011 en Getaria, alberga una de las colecciones más completas de sus obras, con más de 1.200 piezas que incluyen vestidos, sombreros y otros complementos
Salimos del casco urbano, para comprar Txacoli. Allí nos encontramos con los viñedos de txakolí, extendiéndose en terrazas verdes que miran directamente al Cantábrico. Fue una sorpresa ver cómo las vides trepan suavemente por la ladera, recibiendo el aire salino del mar. La combinación de sol, humedad y brisa marina es lo que da al txakolí ese sabor fresco y único.
ZARAUTZ
“Zarautz, la gran playa del Cantábrico.”
Llegamos a Zarautz con las ganas de pasear frente al mar y respirar aire salino. Lo primero que nos sorprendió fue la playa, enorme y de arena fina, que se extiende a lo largo de casi 2,5 km. Caminamos por el paseo marítimo, disfrutando del sonido de las olas y de las esculturas que salpican el trayecto, y vimos a surfistas desafiando las olas mientras nosotros nos deleitábamos con el paisaje.
En Zarautz no solo disfrutamos de su playa y su casco histórico: también quisimos acercarnos al restaurante de Karlos Arguiñano, un referente de la cocina vasca. Situado frente al mar, en una villa con encanto, combina platos tradicionales con ese aire cercano que ha hecho famoso a su chef en todo el país.
Por último visitamos la ermita De Santa Barbara desde donde se tienen unas magníficas vistas del pueblo.
PASAIA
“Pasaia, puerto pintoresco entre mar y montaña.”
Nuestra siguiente parada nos llevó a Pasaia, un rincón marinero lleno de historia a pocos kilómetros de San Sebastián. Lo primero que sentimos al llegar fue que el tiempo parecía haberse detenido: casas de colores reflejadas en el agua, barcas que iban y venían y un ambiente auténtico de pueblo pesquero.
Cruzamos la ría en una pequeña barca que une Pasai San Pedro con Pasai Donibane, y la travesía, aunque corta, nos regaló unas vistas preciosas de las fachadas estrechas y coloridas alineadas junto al muelle. Al desembarcar, nos adentramos en las calles empedradas de Donibane, descubriendo pasadizos, balcones de madera y rincones donde se respiraba tradición marinera.
Después del paseo histórico, nos dejamos llevar por la gastronomía local. Nos sentamos en una taberna frente al agua y probamos unas sardinas asadas acompañadas de un vaso de txakolí. Todo sabía aún mejor con la vista de la ría y el ir y venir de los barcos.
Nos despedimos de Pasaia con la sensación de haber descubierto un tesoro escondido, un lugar donde el mar no es solo paisaje, sino también memoria y vida cotidiana.
Para nosotros uno de los lugares más bonitos de Guipúzcoa.
HONDARRIBIA
“Hondarribia, ciudad amurallada de sabor marinero.”
Nada más llegar a Hondarribia sentimos que era un lugar especial, con el mar de un lado y las murallas históricas del otro. Aparcamos cerca del puerto pesquero y empezamos nuestro paseo entre casas de colores, balcones de madera y calles que desprendían vida marinera.
Subimos hacia el casco histórico amurallado, uno de los mejor conservados del País Vasco. Caminar por la Puerta de Santa María fue como entrar en otra época. Dentro nos esperaba la Plaza de Armas, con el imponente Castillo de Carlos V, hoy convertido en parador. Las calles empedradas y las fachadas con flores nos hicieron sentir que estábamos en un pueblo de cuento.
Después bajamos de nuevo hacia la Marina, el barrio pesquero, donde cada casa parecía pintada para alegrar el día. Allí encontramos tabernas animadas.
Para terminar, dimos un paseo por el paseo marítimo, contemplando la desembocadura del Bidasoa y las vistas a Francia, con Hendaya al otro lado. El atardecer nos regaló una luz dorada que hizo brillar aún más los colores de Hondarribia.
Nos fuimos con la sensación de que este pueblo tiene de todo: historia, mar, buena mesa y una belleza que se respira en cada rincón. Sin duda, es un lugar al que volveríamos sin pensarlo.
TOLOSA
“Tolosa, tradición y sabores a orillas del Oria.”
Llegamos a Tolosa con ganas de conocer el corazón del Goierri guipuzcoano. El ambiente nos atrapó enseguida: calles estrechas, soportales llenos de vida y un casco histórico donde la piedra y los balcones de hierro cuentan siglos de historia.
Comenzamos el recorrido por la Plaza del Triángulo, el centro neurálgico del pueblo, y desde allí nos fuimos perdiendo por las callejuelas hasta la Plaza Mayor, donde el antiguo palacio de justicia y las casas con soportales nos transportaron a otra época.
Uno de los lugares que más nos llamó la atención fue el puente de Navarra, con su vista privilegiada sobre el río Oria y las fachadas que se reflejan en el agua. Pasear por allí fue como descubrir un Tolosa más tranquilo, con rincones que parecen sacados de una postal.
Cada pueblo nos regaló una cara distinta: el sabor marinero y vinícola de Guetaria, la inmensidad playera de Zarautz, la autenticidad portuaria de Pasaia, el encanto medieval y colorido de Hondarribia y la tradición de interior en Tolosa, con sus mercados y alubias.
Lo que más nos sorprendió es cómo en tan pocos kilómetros se concentra tanta diversidad: costa, montaña, historia, gastronomía y un carácter local que se mantiene vivo en cada rincón. En todos los pueblos sentimos la cercanía de la gente, la fuerza de las tradiciones y el orgullo de pertenecer a una tierra que cuida lo suyo.
Nos despedimos de esta ruta convencidos de que Gipuzkoa es mucho más que San Sebastián. Sus pueblos nos invitan a caminar despacio, a probar cada bocado con calma y a dejar que el mar y la montaña marquen el ritmo del viaje.
Volvemos con el recuerdo de atardeceres, sabores, calles empedradas y sonrisas compartidas. Y también con una certeza: tarde o temprano regresaremos, porque Gipuzkoa engancha.