SANTUARIOS PAÍS VASCO


SANTUARIO DE ARANTZAZU

En nuestro recorrido por Gipuzkoa no podíamos dejar de visitar el Santuario de Arantzazu, escondido en las montañas cerca de Oñati. La carretera que nos llevó hasta allí ya fue parte de la experiencia: curvas entre bosques y barrancos que parecían conducirnos a un lugar sagrado.

Al llegar, lo primero que vimos fue la imponente fachada del santuario, con esas torres de piedra afiladas que recuerdan a un bosque de espinas. Nos quedamos impresionados: no era la típica imagen de un santuario, sino una obra de arte moderna plantada en plena naturaleza.

Entramos y descubrimos que el interior era aún más sorprendente. con un aire contemporáneo que contrasta con la espiritualidad del lugar. La imagen de la Virgen de Arantzazu, pequeña y sencilla, nos recordó la leyenda de su hallazgo en un espino en 1469, origen de todo este enclave.

Fuera, el paisaje nos dejó sin palabras. El santuario se asoma a los acantilados de Aizkorri, con vistas que parecen infinitas. Caminamos un rato por los senderos de los alrededores, respirando ese aire puro de montaña y disfrutando de la tranquilidad del entorno.

Nos fuimos con la sensación de haber visitado no solo un santuario religioso, sino también un símbolo de identidad vasca, un lugar donde arte, espiritualidad y naturaleza se dan la mano.


SANTUARIO DE LOYOLA 

Nuestra ruta nos llevó hasta Azpeitia, donde se levanta el imponente Santuario de Loyola, cuna de San Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús. Nada más llegar, la cúpula barroca apareció ante nosotros, majestuosa, rodeada de montañas verdes.

Cruzamos la explanada principal y entramos en la Basílica, construida en el siglo XVII. La cúpula, obra de Carlo Fontana, nos dejó sin palabras: elegante, armónica y bañada por la luz que entraba desde lo alto. La sensación era de grandeza y recogimiento al mismo tiempo.

El entorno completó la experiencia: paseamos por los jardines y sentimos esa paz que transmite el lugar, con el río Urola a un lado y las montañas como telón de fondo.

Salimos del Santuario de Loyola con la sensación de haber estado en un espacio donde espiritualidad, arte e historia se encuentran. Más allá de lo religioso, es un lugar que habla de transformación personal y de raíces vascas profundas.


SANTUARIO DE URKIOLA 

La subida en coche nos regaló vistas espectaculares: bosques, prados verdes y carreteras que serpenteaban hacia la cumbre.

Al llegar, lo primero que sentimos fue la paz del entorno. El santuario, dedicado a San Antonio Abad y San Antonio de Padua, se alza en una explanada que parece abrazada por las montañas. Su fachada de piedra gris contrasta con el cielo, y al entrar nos encontramos con un espacio sobrio y acogedor, pensado para el recogimiento.

Uno de los rincones más curiosos fue la piedra de los deseos, situada junto al templo. Siguiendo la tradición, dimos la vuelta a la roca en pareja para pedir suerte en el amor y en la vida. Fue divertido sentir cómo la espiritualidad y las costumbres populares se mezclan en este lugar.

Después del santuario, no pudimos resistirnos a caminar por los senderos cercanos. El aire puro, el sonido de los pájaros y las vistas hacia las cumbres hicieron que la visita se convirtiera en una experiencia completa: espiritual y natural al mismo tiempo.

Tras visitar Loyola, Arantzazu y Urkiola, sentimos que hemos recorrido no solo tres lugares de fe, sino también tres símbolos que hablan de la identidad vasca desde distintos ángulos.

En Loyola descubrimos la grandeza barroca y la historia de San Ignacio, un lugar que inspira transformación y disciplina espiritual. En Arantzazu nos sorprendió la unión de naturaleza y arte contemporáneo, un santuario que refleja la fuerza creativa del pueblo vasco. Y en Urkiola nos dejamos envolver por la sencillez y la montaña, donde la fe se funde con las tradiciones populares y el contacto directo con la naturaleza.

Cada uno de estos santuarios nos mostró una cara distinta: monumental, artística y natural. Juntos forman una ruta espiritual y cultural que va mucho más allá de lo religioso. Nos invitan a reflexionar, a caminar despacio y a conectar con el entorno.

Volvemos de esta experiencia con la certeza de que los santuarios vascos no solo son destinos de peregrinación, sino también lugares donde se respira la esencia de Euskadi: su historia, sus leyendas, su arte y su paisaje. Una ruta que nos ha hecho sentir más cerca de esta tierra.