COSTA OCCIDENTAL

La costa occidental de Asturias es una de las zonas más salvajes y auténticas del norte de España. A lo largo de su recorrido, el paisaje combina acantilados vertiginosos, playas escondidas, pueblos marineros llenos de encanto y una naturaleza que se conserva prácticamente intacta.

En conjunto, la costa occidental asturiana es pura esencia atlántica: salvaje, silenciosa, luminosa y profundamente auténtica.


LUARCA

"Luarca, un puerto escondido entre montañas que mira siempre hacia el mar".

 

Luarca nos recibió con el sonido de las gaviotas, el olor a salitre y el reflejo de las casas blancas sobre el agua. Situada entre acantilados y verdes colinas, esta villa marinera conserva todo el encanto del Asturias más auténtico.

Empezamos nuestro paseo por el puerto, el corazón de Luarca. Las casas de fachadas blancas y tejados de pizarra se escalonan alrededor del muelle, donde aún se respira ambiente pesquero. Barcos de colores, redes amontonadas. 

Desde el puerto subimos por las estrechas calles que conducen al Faro de Luarca, situado en lo alto del Promontorio de la Atalaya. Desde allí las vistas son impresionantes: el mar Cantábrico golpeando los acantilados.

 

En la cima del promontorio encontramos uno de los lugares más singulares de Asturias: el cementerio de Luarca, considerado uno de los más bonitos de España. Entre cipreses y lápidas blancas, las vistas al océano son sobrecogedoras

Muy cerca se encuentra la ermita de la Virgen la Blanca.

De regreso al centro, paseamos por el casco antiguo, lleno de calles empedradas, soportales y casonas señoriales. Luarca fue tierra de indianos, emigrantes que regresaron de América y dejaron su huella en las elegantes mansiones del paseo del río. Uno de sus hijos más ilustres fue Severo Ochoa, premio Nobel de Medicina, cuyo museo se puede visitar en la villa. 


MIRADOR DE LA REGALINA 

Entre acantilados y prados donde el verde se funde con el azul del mar, encontramos uno de los rincones más mágicos de la costa occidental asturiana: el Mirador de la Regalina, en el pueblo de Cadavedo.

Lo primero que llama la atención al llegar es la Ermita de la Regalina, una pequeña capilla pintada en tonos blancos y azules, situada al borde del acantilado. A su lado, un hórreo tradicional asturiano parece vigilar el mar desde lo alto, componiendo una de las postales más bonitas del norte de España.

Nos quedamos un buen rato allí, escuchando el sonido de las olas y el viento entre los eucaliptos. La paz que se respira es absoluta. Desde el mirador, la vista del Cantábrico y la playa de Cadavedo es impresionante: un mar inmenso, de un azul profundo, que choca contra la costa recortada y salvaje.

Este es uno de esos lugares que invitan a parar, respirar y dejarse llevar por la belleza del paisaje. No hace falta hacer nada más: solo mirar al horizonte y dejar que el sonido del mar y el viento te recuerden lo afortunados que somos de poder contemplar algo así.


MIRADOR PLAYA SILENCIO 

Llegar al Mirador de la Playa del Silencio ya es parte de la experiencia. La carretera se estrecha entre prados y eucaliptos hasta que, de pronto, el bosque se abre y aparece ante nosotros un acantilado impresionante. Frente a él, la playa se dibuja como una media luna de piedra y arena clara, rodeada de formaciones rocosas que emergen del mar como guardianes del tiempo.

El nombre no podría ser más acertado. Allí arriba, lo único que se escucha es el viento y el rumor constante del mar. Ni chiringuitos, ni carreteras, ni ruido. Solo silencio y naturaleza en estado puro.


MIRADOR DE CUEVA 

En la costa de Cudillero, entre prados y acantilados, hay un lugar que parece sacado de un sueño: el Mirador de La Cueva, famoso por su barco encallado en tierra firme. Desde allí se domina una de las panorámicas más espectaculares del litoral asturiano, con el mar Cantábrico extendiéndose hasta el horizonte y el verde intenso de los campos descendiendo hasta los acantilados.

Lo primero que vemos al llegar es una sorpresa: un barco de pesca varado sobre el mirador, como si hubiese naufragado en medio del prado. En realidad, es una escultura simbólica, un homenaje a los marineros asturianos y a su eterna relación con el mar. La imagen del barco frente al océano, rodeado de hierba y viento, es una de esas escenas que se quedan grabadas para siempre.


CABO VIDIO

A veces, el mar tiene la última palabra. Y en el Cabo Vidio, el Cantábrico habla con fuerza. Este cabo, situado en el pequeño pueblo de Oviñana, ofrece una de las vistas más sobrecogedoras de toda Asturias: acantilados que caen a plomo sobre el océano, espuma blanca golpeando las rocas. 

Desde el primer momento, el Cabo Vidio nos envuelve con su energía. El viento sopla con fuerza, el aire huele a sal y el sonido del mar retumba en los acantilados. En lo alto, el faro de Vidio vigila impasible desde 1950, guiando a los barcos entre corrientes y tormentas. Es un lugar que transmite respeto y calma a la vez.

 

Nos asomamos a los miradores naturales que hay junto al faro y la vista es de vértigo: paredes verticales de más de 80 metros que caen directamente al mar. A la derecha, se extiende la costa hacia Cudillero; a la izquierda, el paisaje continúa hacia Valdés y Luarca.


CUDILLERO

"Cudillero, un arcoíris de casas colgado sobre el mar".

 

Decir que Cudillero es uno de los pueblos más bonitos de Asturias no es exagerar: basta con asomarse a su puerto para entenderlo. Las casas de colores colgadas sobre la ladera, formando un anfiteatro natural frente al mar, parecen sacadas de un cuadro. Cada rincón tiene algo especial, desde las callejuelas empedradas que suben serpenteando hasta los miradores con vistas infinitas.

Todavía se ven los barcos entrando en el puerto, los pescadores reparando redes y las gaviotas sobrevolando el rompeolas. Pasear por el puerto pesquero al atardecer, cuando el sol tiñe las fachadas y el aire huele a sal, es una experiencia que nos hizo sonreír sin darnos cuenta.


MUSEO DE ANCLAS PHILIPPE COUSTEAU

En la costa central asturiana, sobre los acantilados de Salinas, se alza el Mirador de las Ánclas, un rincón lleno de simbolismo y belleza. Más que un mirador, es un homenaje a todos los marineros que un día se hicieron al mar y no regresaron, un lugar donde el viento sopla con fuerza 

El mirador está presidido por una enorme áncla de hierro, rodeada de esculturas, poemas y placas conmemorativas. Cada detalle recuerda la profunda conexión que Asturias tiene con el mar. A nuestro alrededor, el paisaje es sobrecogedor: acantilados abruptos, espuma blanca rompiendo contra las rocas y el azul intenso del Cantábrico extendiéndose hasta el infinito.

Nos quedamos un rato allí, escuchando el viento y las gaviotas. El sonido del mar subiendo desde abajo tiene algo hipnótico, casi espiritual. Es un sitio que invita al respeto y a la reflexión, pero también a la admiración por tanta belleza natural.


Es una tierra de acantilados infinitos, playas escondidas y miradores que parecen colgados del cielo. Cada curva del camino nos regala una nueva postal: el mar rompiendo contra las rocas, pueblos marineros que se aferran a las laderas y faros que siguen iluminando el horizonte.

Aquí el tiempo parece ir más despacio. Se respira tranquilidad, se escucha el viento, el murmullo de las olas y ese silencio profundo que solo se encuentra junto al mar. En cada parada, sentimos la autenticidad del norte